No sé como, reflexionando en grupo sobre si un mundo mejor es posible, hablando yo de que esa posibilidad es la que nos sitúa en mejor camino para buscar lo que Dios quiere de cada uno de nosotros…, me sueltan la pregunta: ¿pero Dios te habla?, y ahora ¿qué?, que sí, que me habla… ¿pero estamos locos?.
Puede que jugando en casa descuidara un poco el lenguaje y usara una expresión “rara” de esa jerga ignaciana que a veces no controlo, tenemos que cuidar el lenguaje y usar palabras de hoy para lo que hacemos hoy; pero la pregunta estaba ahí. No sé lo que llegue a contestar, espero que algo coherente, pero quedo patente que estaba sorprendido e igual fue bueno y estuvo bien.
Ahora en casa quiero desarrollar más la respuesta y compartirla con vosotros, por si ayuda.
En primer lugar, aunque Dios no use el móvil, sí necesita cobertura. Cuando vivimos en un estrés continuo, o centrados de forma excesiva en nosotros mismos y nuestras cosas, o cuando andamos de un lado para otro sin una ruta definida por la que transitar estamos en zonas con grandes interferencias o puede que incluso en zonas sin cobertura; aquí no es cuestión propia de no entender o no escuchar a Dios, es una cuestión ajena, no nos llega su señal, o nos llega en muy malas condiciones.
Salvados estos supuestos, que no es tarea fácil ni cuestión de un día, para conversar con Dios habrá que manejar algunas reglas gramaticales propias de su idioma y un poco de aritmética sencilla.
Las reglas gramaticales las podemos agrupar en solo dos: el tiempo y el punto de partida.
El tiempo. Cuando estamos en el empeño de conectar con Dios en el día a día, nos surge la duda de si los pasos que damos son cosa de Dios o son cosa nuestra. El paso del tiempo y el sabor que este nos deje será fundamental para llegar a la conclusión de que efectivamente era Dios quien nos guiaba y no era fruto de nuestra cosecha; por tanto este no es un diálogo inmediato sino prolongado, no de momentos concretos sino de ritmos constantes.
El punto de partida. La neutralidad no existe, es importante ser honestos con el “desde donde”, o se está con el sol de frente (de cara a Dios), dejando todas las sombras a nuestra espalda, o se está de espaldas al sol (dejando a Dios de lado) proyectando todas nuestras sombras al camino, impidiéndonos ver con claridad. Según desde donde nos situemos así nos orientará la aritmética.
Y bueno ¿Qué es esto de la aritmética?. Hasta ahora hemos hablado de dos cosas distintas, en la primera parte podemos situar el tiempo y sus sabores, en la segunda parte situamos el “desde donde” y ahora nos toca jugar la prorroga que es donde se decide todo. Es el momento de enfrentar el punto de partida con los sabores del tiempo tirando de cuentas sencillas.
Si partimos de una situación en la que nos encontramos dejando a Dios de lado (-) y el tiempo nos deja buenas sensaciones (+), la aritmética nos avisa de que no vamos por buen camino [(-) x (+) = (-)].
Del mismo modo si estamos con el sol de frente (+) y después el tiempo nos devuelve sinsabores (-), la aritmética nos avisará en el mismo sentido [(+) x (-) = (-)].
Por el contrario cuando las sombras nos acompañen en el inicio (-), tendrán que ser esos mismos, u otros, sinsabores (-), los que nos den pistas sobre el camino correcto [(-) x (-) = (+)].
Entonces ¿Dios nos habla?, podemos decir que tiene su propio lenguaje, un lenguaje que nos exige ser constantemente conscientes y honestos con el “desde donde” actuamos y nos exige, al mismo tiempo, recoger el día a día así como los sabores y sensaciones que este nos va dejando con el paso del tiempo.
Al principio comentábamos algo sobre la necesidad de cierta cobertura y terminamos con la exigenica de vivir desde una consciencia constante tanto de nuestro estado de ánimo como de nuestro día a día…, no estaría de mas, dejarnos acompañar en esta tarea.
No sé si estas líneas ayudaran algo o complicaran esto hasta el infinito y mas allá, pero ante la dichosa pregunta de si Dios nos habla, siempre podemos responder aquello de “lee con cariño la autobiografía de San Ignacio de Loyola”.
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